Árboles, unos seres vivos sensibles y maravillosos

Ayer hablé con mis queridos amigos Vanessa, Melissa, Lautaro y Presbere, todos de Cartago, Costa Rica. Viven en un lugar tranquilo, lejos de carreteras. La zona es lluviosa y fría durante el invierno, sin embargo no se complican por eso y disfrutan de la temporada con un buen café y queques de diverso tipo.

Amira en Atenas
Amira disfrutando en Atenas, con una multitud de árboles alrededor

Estaban tristes porque los dueños del terreno aledaño habían decidido cortar un montón de árboles debido a que consideraban que no servían, ya que no daban fruto. Simplemente los talaron, sin demostrar misericordia ni conexión con todo lo viviente. Y es que Vanessa y su esposo habían plantado esos árboles quince años atrás. Quien se imaginaría que a alguien se le ocurriría talarlos, como si estuvieran estorbando.

Lamenté la situación porque en un momento de mi vida me sentí profundamente enamorado de los árboles. No sé cuando comencé a desarrollar ese sentimiento, pero el hecho es que me siento ligado a ellos y les agradezco mucho su energía y todo lo que hacen por la vida en este planeta. No sé lo han pensado alguna vez, pero la vida sin ellos sería muy difícil, si es que no imposible.

Fue tan hermoso vivir en Atenas de Alajuela, rodeados de árboles, de miles de ellos, literalmente. Tuve mañanas maravillosas meditando al amanecer; toda la vida despertaba, la hierba se ponía brillante y los árboles recibían a pájaros de diverso tipo, tamaña y color. Las ardillas saltaban de rama en rama, persiguiéndose entre ellas y jugando, sabiendo que la vida es una fiesta increíble.

Vista desde Quetzalia
Vista desde Quetzalia, tierras altas del Volcán Turrialba, Costa Rica

Tuve la suerte de conocer a Edison Valverde Araya, quien plantó un bosque llamado Quetzalia, en las tierras altas de Turrialba, Costa Rica. Él es un experto abrazador de árboles, de quien aprendí que vale la pena invertir una buena parte de la vida por y para ellos, porque básicamente significa tener esperanza en la raza humana. En que en conjunto a la madre tierra seremos capaces de restaurar el equilibro de este hermoso planeta.

La primera vez que escribí un cuento en relación a los árboles fue en el libro Cuentos de una nueva era de luz, el relato Unidad arbórea, en donde el personaje llamado Edison se dirigió a un bosque con la firme decisión de fundirse con un árbol. Al respecto, en el cuento se lee lo siguiente:

Al tercer día, cuando el alba despuntaba, Edison comenzó a sentir las venas del árbol. Hizo todo lo posible para que su corazón se mantuviera tranquilo y sus ansias no significaran un estorbo en el proceso de transmutación. Poco a poco se iba sintiendo rígido pero poderoso, con hondas raíces. Finalmente, estaba totalmente integrado al árbol. Pudo sentir la energía sutil que se movía por todo el tronco, llegando a cada hoja. Tomó consciencia de la multitud de insectos que se alojaban en sus recovecos y de su gran capacidad para albergar vida. Se sintió maravillado al percibir cómo el flujo de agua, que venía del río, subía por todo su cuerpo de árbol, hidratándolo y permitiendo que la vida continúe.

Luego de un tiempo escribí mi segundo cuento infantil, que lleva por título “El libro secreto de los árboles”, en el cual se expone de forma sencilla y entretenida que los árboles sienten, que están interconectados entre ellos y que definitivamente son seres inteligentes. Este cuento está en proyecto de ser ilustrado y tengo muchas esperanzas de llevarlo a cabo.

Una vez que terminé el cuento, me encontré con la agradable sorpresa de que había un estudio científico que avala el tema de intercomunicación entre los árboles, a modo de una red neural. ¡Me sentí increíble, ya que eso mismo era lo que había escrito! Aunque sin tener los conocimientos ni base científica de Suzanne Simard, la doctora que tiene a cargo la investigación.

Abrazando una ceiba en Tikal, Guatemala
Abrazando una ceiba en Tikal, Guatemala

¿Has estado alguna vez en un bosque? Recuerdo cuando casi nos perdimos con las chicas en el Volcán Arenal, en Alajuela, Costa Rica. Amira tenía tres años en ese tiempo y caminó una hora y media, pasando a través de un bosque húmedo. Ahí nos sorprendimos de por vida al ver unas hormigas pequeñas y doradas como el oro, como también unos escarabajos magníficos de color turquesa. Y todo eso gracias al bosque que alberga un sinnúmero de especies.

Como dice Suzanne en el vídeo, los árboles no pueden defenderse por ellos mismos, ni pueden arrancar de los humanos. Es por eso que nos necesitan y que nosotros debemos protegerlos. Hacerlo equivale a comprar tiempo para nosotros y las futuras generaciones. Por el contrario, significa restar tiempo de un futuro incierto.

Me siento contento por compartir este sentimiento con muchas personas y sé que juntos podemos lograrlo.

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