Cuentos infantiles: El origen de un ave majestuosa

Por Luis Eduardo Vivero.

Érase un tiempo en el cual la vida en la tierra aún estaba en desarrollo; América se estaba acomodando en medio de subidas y bajadas del nivel del mar, y de migraciones de animales. Aunque a esa altura geográfica, en donde apareció por primera vez un ave muy diferente a las demás, todo estaba muy tranquilo.

Parecía un pingüino bebé sin pelo en la cabeza y con una bufanda blanca. El primer recuerdo que guardó en su memoria fue el del viento soplando en lo alto de la montaña. Y también el frío que sintió al no tener una familia que lo resguardara, porque eso sucede cuando una especie aparece por primera vez en el planeta.

Así es que lo primero que hizo fue comenzar a bajar por la montaña, de manera instintiva. Sintió algo similar a la soledad, pero como no estaba al tanto de lo que era, no le importó y continuó hasta que los silbidos del viento ya no eran tan fuertes. Entonces vio a otra ave y corrió hacia ella. Se había encontrado con Sanga, la gansa, quien se preocupó un montón:

-¿Y qué hace un chiquito como tú solo por aquí? ¡Es muy peligroso! ¿Dónde están tus papás?
Lo único que hizo el avecita fue levantar y bajar los hombros. Sanga se dio cuenta que estaba solo y dijo lo siguiente:

-No te preocupes, estarás con nosotros por algún tiempo, mientras creces. Luego veremos a qué especie perteneces, porque no había visto a nadie como tú.

El avecita solo atinó a acurrucarse a su lado, entonces Sanga lo llevó con sus polluelos y ahí pudo sentir el calor y el amor de una familia, como también lo rico que saben las lombrices por primera vez.

El ave creció más de lo previsto y a Sanga le costó seguir alimentándolo, por lo cual le dijo que tenía que continuar su camino. Además ya le había enseñado a encontrar lombrices en la tierra, así que podría sobrevivir.

Cierto día en que el ave iba bajando aún más de la montaña, se encontró un roedor que estaba tendido en el piso, inmóvil; al parecer había caído de un árbol y se había hecho papilla sobre una roca. Al ave se le hizo agua el pico y en un dos por tres se comió el bocado, el cual le pareció una delicia.

No contaba con que Lina, la gallina, lo vería. Entonces Lina salió corriendo y gritando:

-¡Un caníbal, es un caníbal! – mientras que se le salían algunas plumas de lo escandalizada que estaba.

-¿Estuvo mal lo que hice? – preguntó el ave. Y como no le respondieron, siguió caminando.

Cuando llegó a un valle, ya un poco acalorado, se encontró con Patricio, el pato, quien se burló de él:

-¡Miren qué feo está este pajarote! ¿Qué te pasó que estás pelado? ¡Pareces un gallinazo con un tomate reventado sobre la cabeza!

Afortunadamente salió en su defensa un pajarito muy colorido, con una cresta roja:

-¿Y a ti qué te pasa, acaso no podemos ser diferentes? Qué malcriado, eso no se hace. Mejor vámonos a otro lugar, además hacia abajo hace mucho calor.

-¿Y tú quién eres?

-Yo soy Lito, un gallito de las rocas. ¿Y tú, cómo te llamas?

Entonces el ave se dio cuenta que no tenía un nombre, y dejó que el silencio respondiera.

Anduvieron juntos un rato en dirección hacia las montañas, y cuando estuvieron cansados se detuvieron. En ese momento un anciano les llevó agua y algo de comida en un pocillo. Los dos se asustaron y Lito se puso en posición defensiva delante de su amigo, y luego dijo:

-¡Cuidado, humano, no nos convertirás en tus mascotas, mira que somos peligrosísimos!

El anciano se acercó aún más, y cuando pudo ver al ave sin nombre, declaró lo siguiente:

-Tú te llamarás Kuntur – lo cual significa cóndor en quechua. Tu casa está en lo alto de las montañas, en donde el viento silba sin cesar, en donde la soledad te acompañará en tu vuelo. Tienes que subir allá para poder extender tus grandes alas y planear. Serás el ave terrestre más increíble sobre la tierra.

Y así fue como Kuntur volvió a Los Andes, en donde aprendió a volar, a estar en paz y a disfrutar del silencio. Dicen que cierta tarde encontró a un ave muy similar a él, y desde esa vez vuelan juntos.

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