Sinopsis
Un elefante se asusta tremendamente al encontrarse de frente con un ratón. Y por primera vez se conocen los detalles del porqué… ¿El culpable del miedo? Un prejuicio.
Autor
Escrito por Luis Eduardo Vivero Peña.
N° de páginas
1 y 1/2
Érase un ratón que le tenía miedo a los elefantes. Cierto día se encontró de frente y por sorpresa con el elefante más grande que había pisado la Tierra jamás. Antes de que el ratón corriera a esconderse, el elefante pegó un grito tremendo y saltó sobre una piedra, en la cual tuvo que hacer equilibrio para no caerse.
El ratoncito no salía de su asombro y no comprendía cómo un animal tan grande y fuerte podría temerle a quien parecía ser tan insignificante y pequeño como él. Entonces se atrevió a romper el hielo y preguntó:
-Míster elefante, ¿por qué está tan asustado?
El elefante respondió:
-Es que dicen que los ratones son muy peligrosos y que lo mejor es mantenerse lo más alejado posible de ellos. Más que nada porque son tan cochinos y podrían transmitirles alguna infección, microbio y microorganismo a nuestros delicados y avanzados sistemas fisiológicos. Lo siento, no es nada personal…
Como comprenderán, el ratoncito no se lo tomó muy bien y contestó de la siguiente forma:
-Míster elefante, sepa usted que soy un ratón de campo y que me alimento de forma saludable. Me lavo seguido a la orilla del mismo río en el que usted se baña. Además considero el colmo de la cobardía que un elefante crecidito como usted le tenga pánico a un ratoncillo como yo, que soy tan chiquitito pero tan chiquitito que quepo en la palma de una mano de humano. Lo siento, no es nada personal…
El elefante se sonrojó, se bajó de la piedra y balbuceó lo que sigue:
-Este, bue-bueno, claro, perdone usted joven ratón, es que a veces se producen malentendidos que duran por generaciones. Hay todo un asunto cultural de por medio y espero poder hacer algo al respecto para cambiar esta situación. ¿Se le ocurre alguna cosa? Quedo a su disposición.
El ratón estaba impresionado por la actitud positiva del elefante y respondió con lo primero que se le vino a la mente:
-¿Quieres jugar a saltar la cuerda? Puedo llamar a mis amigos para que muevan la cuerda, pero eso sí, tú saltas primero y luego yo, para evitar aplastamientos…
-¡Por supuesto amigo ratoncito! ¿Puedo invitar a un par de amigos? ¡Podemos traer pastelitos!
Y de esa forma los amigos nuevos pasaron una tarde inolvidable, jugando, estableciendo lazos y comiendo unos ricos pasteles de fresa.