Por Luis Eduardo Vivero.
Esta mañana me levanté con ansias de llegar a casa de Edith, quien amablemente nos había invitado a tomar desayuno. La cita era a las 8 am. Tenía planes de llegar a la hora señalada, ya que de esa forma honraría su tiempo.
Al llegar, repartimos abrazos y besos, expresándole cuanto la habíamos extrañado.
Mi mayor anhelo era comer una de sus tortillas, con queso encima y un buen café negro. Pero nunca imaginé que me contaría las maravillosas historias de sus viajes. Y es que no cualquier día se conoce a una mujer tan valiente y emprendedora. ¿Sabían que quedó seleccionada en un concurso y viajó a Alemania para exponer ante el parlamento? También visitó Francia, Austria, Suiza y Holanda, enseñando y transmitiendo a otros grupos ecológicos y autosustentables su conocimiento ancestral.
Estaba boquiabierto, mientras ponía un trozo de plátano frito en una segunda tortilla. Pero eso no fue todo; luego ganó otro concurso y viajó a Brasil, a Río de Janeiro. Le gustó mucho el lugar y se sintió bien atendida. Después de eso, visitar a su hija en los Estados Unidos fue como cruzar el río e ir a otro pueblo.
Yo pensaba “qué mujer más valiente, no conoce límites y sabe que puede lograr lo que se ponga como objetivo”. Y es que si no la conocen, pensarían que todo eso es muy simple. Pero tal vez no saben que es una mujer campesina, que llegó a Costa Rica escapando de la guerra en El Salvador.
Esos ojos claros que miran con sinceridad, tenían mucho más que enseñarme esta mañana.
Le pregunté si me convidaba café, momento en el cual se dio un manotazo, porque lo había olvidado en el candor de la conversación. Y si usted la ve, le recomiendo que se vaya con cuidado. No porque sea una mujer alta y fuerte, tanto físicamente como de carácter, sino porque está muy bien informada de los derechos de la mujer, de los indígenas, de que podemos vivir como seres maravillosos, independientemente de como hayan sido nuestros padres con nosotros. De que ser feliz es un asunto de elección personal.
Las chicas comían panqueques, tamales, y yo probaba la ricotta con un pedazo de tortilla, a sorbetes con el negro café. Tenía los ojos brillantes de emoción y comprendía que estaba frente a un ser extraordinario. Edith, diosa de los tamales vegetarianos, chamana de las pupusas salvadoreñas, guerrera de la luz.
Gracias por compartir tu frecuencia conmigo, por enseñarme una forma de vida alternativa, por mostrarme que a cada momento creamos un mundo mejor cuando actuamos con sabiduría, benevolencia, justicia, por el beneficio común, de forma solidaria, y sobre todo, con amor.