Por Luis Eduardo Vivero.
Había un canguro pequeñito y muy orejón, con unas patas delanteras cortitas y unas traseras grandes y fuertes para saltar muy lejos. A sus amigos y primos les encantaba andar saltando por todas partes; hacían competencias de salto alto y largo, y también de quién llegaba más rápido a la casa luego de la escuela.
Sin embargo a este canguro no le gustaban esos juegos porque eran competitivos. Además él tenía otros gustos, tales como quedarse viendo una puesta de sol con sus papás, pintar con el abuelo o escuchar los cuentos de su abuela cangura.
Cierto día en la escuela les preguntaron qué querían ser de grandes; unos dijeron que bombero, otros doctor, profesora, paracaidista, etc., hasta que le tocó el turno de responder a este canguro. Entonces con voz fuerte y clara dijo: quiero ser guitarrista profesional. Primero se escuchó un silencio como el que se escucha en el desierto, luego sus amigos se rieron de él y le comenzaron a decir un montón de cosas de mal gusto:
– ¿Por qué no puedes elegir algo normal?
– ¿Acaso crees que vas a poder vivir de eso?
Y para rematar el asunto, alguien dijo:
– ¡Cómo vas a poder tocar la guitarra con las manos tan cortas! ¿No te das cuenta que no puedes?
El canguro se sintió apesadumbrado y con el corazón compungido de tristeza. Nunca antes en su vida se había sentido de esa forma.
Cuando llegó a su casa contó lo sucedido, momento en el cual su abuela se puso en cuclillas y le dijo:
– Nieto de mi corazón: yo sé que tú puedes hacerlo. Tú siempre puedes, solo tienes que trabajar duro para alcanzar tus sueños.
La mamá y el papá decidieron llevarlo a clases con un jabalí que tocaba el ukelele, una guitarra hawaiana, similar en tamaño al charango. Entonces el pequeño canguro practicó, practicó y continuó haciéndolo por muchos días.
Hasta que llegó el momento de la presentación. El cangurito salió a escena con su ukelele. Todos estaban sorprendidos y encontraron divertido el instrumento. El público quería que pasara pronto para que se presentara el resto del curso, hasta que nuestro amigo comenzó a tocar.
Esa tarde tocó como los dioses; los asistentes sintieron cómo la melodía llegaba a sus corazones y los tocaba de forma especial. En ese instante supieron que el canguro sentía un amor y pasión inconmensurable por este arte.
Cuando el canguro terminó de tocar, todos se levantaron y aplaudieron tan fuerte como pudieron. El pequeño canguro dejó rodar una lágrima por su mejilla debido a la emoción que le produjo haber cumplido su sueño de convertirse en un artista.
Escritor de literatura infantil y de cuentos para niños grandes. Emprendedor, meditador e Ingeniero electrónico. Viajero cósmico y enamorado de la vida.