Cuentos infantiles: La Caperucita Azul y el Lobito no Feroz

La Caperucita Azul y el Lobito no Feroz

 

Escrito por Luis Eduardo Vivero e ilustrado por Silvia Sugasti.

Dicen que el mundo es como lo pensamos. Justamente por eso es que en una dimensión paralela existía un lobito no feroz muy tierno y amistoso, con unas orejas peludas y unos dientes largos que usaba para comer una de sus comidas favoritas, choclo asado con mantequilla.

El lobito estaba listo para salir a un chocolate literario en donde iba a leer cuentos junto a amigas y amigos del pueblo. Pero había un problema: el lobito no feroz sentía que era muy goloso y que no iba a ser capaz de llevar todas las cosas deliciosas que tenía en la canasta sin comérselas, a saber: una manzana roja, otra verde, una caja de chocolates, un envase con mermelada y frutos del bosque.

De hecho el lobito estaba salivando de solo pensar en todas las exquisiteces que tenía… Pero había dentro de sí algo más grande que su glotonería, la voluntad de ir al chocolate literario y compartir con sus amiguitos.

Dicen que siempre hay al menos una salida a los problemas y fue justamente así como la Caperucita Azul llegó caminando y le dijo:

– Hola lobito no feroz, ¿qué haces detenido en el camino, no tenías una actividad entretenida en la tarde?

– Sí, Caperucita Azul, pero es que estoy complicado con algo… – respondió acongojado el lobito.

– Ohh, dime amiguito, ¿hay algo en lo que te pueda ayudar? – consultó la solícita Caperucita Azul.

– Sí, azulina, lo que pasa es que no me atrevo a llevar toda esta comida tan deliciosa por el camino, porque se ve muy buena y me la podría comer antes de llegar. Entonces no me animo a partir todavía – explicó el lobito cabizbajo.

– Ohh, qué tierno eres Lobito no Feroz; está bien, te acompañaré al chocolate literario para evitar que llegues sin nada. Eso sí, llevaremos la canasta entre los dos, una cuadra cada uno. De esa forma aprenderás a forjar tu voluntad. ¿Está bien?

– ¡Sí Caperucita Azul, muchas gracias!

Conversaron durante el camino, contaron historias, se intercambiaron la cesta y todo anduvo de maravilla, mejor de lo que el lobito podría haber imaginado.

Y de esa manera el Lobito no Feroz aprendió que cualquier falencia de actitud puede ser resuelta con una firme voluntad.

Cuando finalmente llegaron, pusieron las cosas en la mesa, compartieron cuentos y muchas cosas deliciosas con sus amiguitos.

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