Cuentos infantiles: La leyenda africana de la hiena y la vaca

África, en donde se originó la leyenda de la hiena y la vaca

Por Luis Eduardo Vivero.

Cuenta una antigua leyenda del Congo que le contó el abuelo a mi amigo Makita, que había una hiena pequeñita, un poco pelada y con otros pelos largos. Tenía unos dientes que prometían ser muy grandes, y al contrario de sus semejantes, era gordita y tenía unas manchas grandes.

A la hiena no le importaba mucho que la molestaran, porque ella sabía que cuando creciera iba a poder cazar como sus papás, abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, así es que no se hacía problema por eso. Pero tampoco le gustaba que le hicieran bromas de mal gusto.

Por otro lado también había una vaca jovencita, quien a diferencia de sus amigas tenía las manchas pequeñas, y no era blanca con manchas negras, ni tampoco negra con manchas blancas, sino que era de color café con unas manchas negras que se veían desordenadas y pequeñas.

La vaca no tomaba en cuenta cuando la molestaban debido a que sus papás le habían enseñado que los seres valen por lo que son y no por cómo se ven. Aunque para ser sinceros, tampoco le agradaba que le dijeran cosas insensatas.

Cierto día la vaca se perdió de la manada porque iba paseando y silbando, distraída por la pradera de la sabana. Por pura coincidencia, la hiena se perdió también porque había estado siguiendo a una mariposa que volaba de flor en flor. Ese día pasó algo que cambiaría sus vidas, un suceso que en cualquier otro caso habría salido mal para una de ellas…

De pronto sus caminos se cruzaron: la pequeña hiena pensó en atacar, pero no sabía cómo hacerlo, además al parecer no había necesidad. La ternera pensó en defenderse, en llamar a su manada o en huir, pero según vio, no había necesidad. Así es que cada una se acercó a la otra, se olieron, lamieron y se pusieron a contar sus vidas.

Las dos tenían algo en común: estaban fuera de los estereotipos en sus manadas y tenían que concentrarse en lo bueno de la vida para salir adelante y ser felices. Entonces, se les ocurrió algo muy novedoso para expandir sus conocimientos acerca de la vida de la otra especie: la hiena se disfrazaría de vaca y se introduciría en la tribu de su amiga becerra. Por otra parte, la vaca se disfrazaría de hiena e iría a reunirse con la tribu correspondiente. ¡Qué peligroso sería para cada una de ellas!

La vaca le pintó unas manchas grandes a su amiga hiena y le sacó los pelos largos, cosa que fue un poco dolorosa, pero estaban dispuestas a todo por la aventura. La hiena le afiló los dientes a la vaquita y la ensució con un poco de barro para que pasara desapercibida. En ese instante estuvieron listas y cada una regresó a la manada opuesta. Cuando la vaca llegó a la tribu de la hiena, hizo todo lo posible para gruñir y jadear como lo hacen esos animales. Unas hienas jóvenes quisieron jugar a las peleas con ella, pero como no estaba acostumbrada a eso les dijo que tenía hambre y que volvería más tarde.

Como las hienas huelen un poco mal, cuando la pequeña hiena llegó al rebaño de su amiga, varias vacas grandes la encontraron sucia y quisieron lamerla; ella les dijo que no se había bañado porque estaba resfriada y que se iba a echar una siesta para sentirse mejor.

Cuando llegó la hora de comer, la vaca no pudo comer carne y dijo que estaba afiebrada, por lo cual se fue a acostar temprano. Cuando llegó la hora de comer para las vacas, la hiena intentó comer pasto, pero se enfermó del estómago y vomitó abundantemente.

A la hora de dormir, la hiena fue llevada al centro del rebaño de vacas, en donde se sentía aplastadísima, pero también muy cuidada, segura y abrigada. Además tomó leche de vaca, la cual le encantó. Nunca pensó que ser una vaca sería tan bueno.

Por el lado de la vaca, a la hora de dormir la empujaron al suelo y tuvo que acurrucarse con un montón de hienas pequeñas. Si bien es cierto que se sentía incómoda por los olores y los ruidos, todas las hienas la lamieron y la hicieron sentir como en casa. Nunca pensó que ser una hiena sería tan bueno.

Al otro día y según lo planeado, cada una volvería a su manada para no levantar sospechas. Se encontraron en el camino y dijeron lo siguiente:

– Amiga vaca: lamento que mi especie se coma a la tuya. Nunca pensé que la vida de las vacas sería tan linda y agradable. Aunque al comienzo estaba asustado, lo pasé muy bien y disfruté cada momento que estuve en tu lugar. ¡Muchas gracias!

– Amigo hiena: lamento que mi especie hable tan mal de la tuya. Nunca pensé que la vida de las hienas sería tan linda y agradable. Aunque al comienzo estaba asustada, lo pasé muy bien y disfruté cada momento que estuve en tu lugar. ¡Muchas gracias!

Cada animal volvió a su manada y continuó su vida de forma normal. No se sabe si la hiena volvió a comer carne de vaca otra vez. Tampoco se sabe si la vaca vio a las hienas como unas malvadas con el pasar del tiempo. Pero a partir de ese momento ambas aprendieron algo muy importante:

Que no hay límites de raza, color, edad, educación, situación económica ni olor cuando se trata de hacer amigos.

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