Cuentos infantiles: Maricoco, el cocodrilo con alas de mariposa

Maricoco

 

Escrito por Luis Eduardo Vivero e ilustrado por Silvia Sugasti.

En lo profundo del Amazonas vive un ser muy especial; se llama Maricoco y es un cocodrilo pequeño, muy tierno y con alas de mariposa. Debido a que es liviano puede volar por todas partes. Le encanta pasear por la ribera del río Amazonas y recolectar frutas de todo tipo, con las cuales su mamá mariposa le prepara unos pasteles riquísimos.

Cierto día iba volando descuidadamente por la selva, distraído debido a que había llegado una colonia de mariposas azules maravillosas que andaban de visita por la temporada de vacaciones. Sin darse cuenta, casi chocó con un ser alado pequeñito, con cuerpo humano.

Ambos quedaron muy sorprendidos al verse, ya que cada uno de ellos encontraba al otro realmente diferente y llamativo. Inmediatamente se acercaron para ver cómo tenían los ojos, el color de piel, etc., incluso se olieron. Luego de un momento Maricoco se quedó sin palabras, por lo cual ella se presentó:

– Hola, me llamo Volantina y soy un hada que vive en este bosque. Estoy aquí para acompañar a las mariposas azules que andan de paseo. ¿Cómo te llamas?

– Este yo, yo, me llamo Maricoco y también vivo aquí. Nunca había visto un hada, te quedan muy lindos esos colores del vestido.

– Ay pero qué divino eres Maricoco, muchas gracias. Como te decía, yo soy un hada, somos habitantes de las zonas interiores de la selva y de los bosques. Y tú, ¿de qué especie eres? – Consultó Volantina, abriendo los ojos lo más que podía y desplegando sus orejas como antenas.

– Ahh bueno, comprendo tu sorpresa, es que no hay muchos como yo. De hecho nunca he visto a alguien más de mi tipo. Lo que pasa es que mi mamá es una mariposa que se enamoró perdidamente de un cocodrilo de río. Pese a las advertencias de mi abuelita, se involucró con él y bueno, aquí me ves… – Explicó Maricoco de la mejor forma que pudo.

– Mira qué bien, la naturaleza no deja de sorprendernos. Pues déjame decirte que eres un ejemplar muy especial y único, deberías estar contento por eso. ¡Nosotras somos tantas que hasta cuesta encontrar nombres originales para que puedan identificarnos!

– Sí, no te preocupes Volantina, mi mamá se ha encargado muy bien de mí y tengo claro que aunque seamos diferentes por afuera, todos tenemos sentimientos y las mismas necesidades, como también derecho a vivir en paz y a ser felices en este planeta – Dijo Maricoco con seguridad y una gran sonrisa, mostrando sus pequeños y filudos dientes.

– ¡Vaya que te ha enseñado bien tu mamá! Mira Maricoco, este es tu día de suerte porque voy a cumplir uno de tus deseos. Pero piénsalo bien porque es solo uno y no se puede cambiar luego de haberlo dicho. ¿Está bien?

Maricoco no cabía de la sorpresa y se quedó sin habla nuevamente. Hasta que reaccionó y dijo lo siguiente:

– ¡Qué increíble Volantina, muchas gracias! Ya sé que quiero pedirte, en realidad siempre lo he sabido…

– ¿Qué es lo que quieres pequeño amigo?

– Quiero ser un cocodrilo graaande como mi papá y así conocer a toda mi familia del río. Solo por las vacaciones, es que luego tengo que volver con mi mamá y a la escuela – Explicó Maricoco.

– Pues muy bien, te felicito por haber pedido un deseo tan bueno como ese. Y ahora te lo concederé.

Entonces Volantina sacó su varita mágica de la cartera y dijo lo siguiente:

¡Wa-chan-wer!

Y en un cerrar de ojos Maricoco se transformó en un tremendo cocodrilo. Estuvo con la boca abierta un rato hasta que se convenció de su nueva forma.

El hada le advirtió lo siguiente:

– Maricoco, ahora eres un ser muy fuerte y poderoso, utiliza esas habilidades de buena forma, sin dañar a nadie.

– Él respondió afirmativamente con la cabeza, ya que todavía no lograba hacer funcionar la lengua y la sentía un poco adormecida.

Finalmente y luego de años, Maricoco pudo zambullirse en el río y conocer a sus abuelas, abuelos, primos y escuchar las historias de su papá. Le hicieron una fiesta de bienvenida y lo pasó muy bien. Cuando le ofrecían algo para comer, él pedía pasteles y tartaletas de fruta. Al comienzo lo quedaban mirando extrañados, pero se acostumbraron rápidamente a las costumbres de Maricoco y lo consintieron un montón.

Aprovechó de hacer nuevos amigos que de otra forma no habría sido posible. Nadó como loco por el río, jugó al pillarse y se tiró de panza en el barro a tomar sol. Lejos fueron sus mejores vacaciones.

El tiempo pasó rapidísimo y llegó el momento de despedirse. Toda la familia se puso en fila y Maricoco se despidió de cada uno de ellos. Se retiró lentamente y con una sonrisa de oreja a oreja, esperando volverlos a ver algún día.

Salió del agua y bordeó un árbol frondoso. Cuando ya se había alejado del río, sintió unas cosquillas en el cuerpo y ¡zas! Volvió a tener el cuerpo de siempre. Ahí estaba su mamá y Volantina, quienes habían estado pendientes todo el tiempo de él.

– ¡Mamá, mamá, por fin estoy aquí, te extrañé! – Dijo Maricoco.

– ¡Y yo a ti, hijito, qué bueno que estás de vuelta! – Respondió la mamá.

Se abrazaron como si no se hubieran visto en años y le dieron gracias a Volantina, quien estaba muy contenta porque todo estaba volviendo a la normalidad. Los tres salieron volando de flor en flor, tomados de la mano y contándose las historias que habían acumulado en ese tiempo.

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